¿De dónde procede la autoestima?

Algo que nos manifiestan muchos padres es: “mi hijo/a tiene muy poca autoestima. Me gustaría que le ayudaras a mejorarla”. Existen muchas actividades para trabajar con niños y adolescentes este aspecto, pero lo más valioso va a ser el trabajo que se haga con sus padres y otros adultos de referencia, por ejemplo, profesores. ¿Por qué? Porque la autoestima nace y se construye sobre lo que los padres y otros adultos significativos dicen (de forma continuada) de los niño/as y adolescentes.

A través de lo que le decimos y no decimos a un niño/a y adolescente, estamos creando interacciones de aceptación/rechazo hacia ellos y sus características. Por eso es tan importante cuidar y seleccionar el lenguaje verbal y no verbal que usamos para dirigirnos a ellos.

La autoestima se va creando a lo largo de nuestra vida y se ve influenciada por diversos factores, pero los primeros años de vida (la infancia), el estilo de crianza y el lenguaje que han usado nuestros padres para referirse a nosotros, influyen decisivamente en su construcción. Unos padres rechazantes (o un profesor), para los que por costumbre no está nada bien, que comparan con otros, no están ayudando a que su hijo vaya formando una sana autoestima. Un niño puede mostrar orgulloso su trabajo, pero sus padres, en un afán perfeccionista (normalmente, bien intencionado), le resaltan los errores para que los corrija (porque se sobre-entiende que lo que está bien hecho, no hace falta mencionarlo). Si esto sucede como modus operandi habitual en la crianza y educación, lo más probable es que este niño desarrolle una baja autoestima, pues ha aprendido que “da igual lo que haga, nunca está bien... no soy capaz, siempre hay algún fallo”. Aparecerán mayores sentimientos de frustración, y a la larga aprenderá a no exponerse, evitar las tareas y a protestar ante las correcciones, o a sobre-exigirse mientras soporta altos niveles de ansiedad. Es más probable que se convierta en un adulto que ha aprendido a temer el error y por tanto, a orientarse a no querer cometerlo nunca, quedará atrapado en un engañoso perfeccionismo, y enredado en unas buenas dosis de ansiedad.

Por tanto, más que las circunstancias de la vida y experiencias de éxito/fracaso, lo que más influye en nuestra autoestima, son las experiencias de aceptación/rechazo repetidas que recibamos de nuestras figuras más representativas. No dudamos de que los padres quieran a sus hijos, pero nuestro mejor consejo es que revises cómo tratas a tu hijo/a o alumno y qué palabras usas con ellos, cuando hablas en el día a día y sobretodo, en los momentos en los que te encuentras más tenso, enfadado, estresado, irritado… ahí es cuando más peligro hay, pues podemos decirles cosas muy dañinas que les vayan haciendo una herida emocional que sigue sin cicatrizar en la vida adulta.

 

COMPARTIR EN:

Facebook Twitter Whatsapp